Ese buen negocio para pocos que se ha vuelto la política

Claudio Maulhardt / Fuente: El Entre Ríos

Hay cuestiones en las que la política no discute: sus beneficios de clase, que se todos defienden por igual


Basta leer los titulares con una mirada abstraída de las preferencias personales para detectar de qué se trata el juego de la política.

Resulta que ante las primeras versiones de que el oficialismo planearía modificar la fórmula de cálculo de las jubilaciones, la horda opositora saltó a la yugular de la fórmula propuesta acusando a sus impulsores de pretender hacer un “ajuste” a costa de los jubilados”.

Que haya que hacer un “ajuste” en el gasto social, y en particular en el gasto previsional, no es un secreto para nadie. Secreto es, en realidad, la falta de visión y de coraje de oficialismo y oposición para plantear una corrección en serio para un sistema quebrado por culpas compartidas: los millones de nuevos jubilados con poquísimos aportes que permitió el kirchnerismo y la reparación histórica del macrismo, ambos hechos con fines de proselitismo urgente, y que dejaron un problema estructural que sólo parecen ser capaces de corregir con fórmulas coyunturales, que por ese mismo coyunturalismo acaban por durar menos que un suspiro.

Si sube la inflación más que los salarios, o éstos más que la recaudación, y por eso la fórmula de actualización que esté en vigor genera más déficit, quien esté en el gobierno propondrá cambiarla por una nueva, que ajuste por las otras variables. Eso hizo el kirchnerismo, luego el macrismo, y ahora pretende hacerlo el oficialismo (¿albertismo? ¿kirchnerismo? ¿cristinismo?) una vez más. Las pomposamente llamadas “reformas previsionales” no reforman nada de fondo.

Pero mientras la bancarrota del sistema previsional y su pretendida corrección se lleva los titulares, pasa más desapercibida una cuestión de fondo que desnuda una cualidad incorregible de la política argentina: resulta que la oposición de Juntos por el Cambio se opone, por considerarlos un “ajuste”, a los cambios que propone el oficialismo, que de alguna manera extraña ha quedado a la derecha de la oposición, al menos en este tema.

Es la táctica que tan bien ha empleado el presidente Trump en los EE.UU. y que tanto se han ocupado de profesar los expresidentes Cristina Fernández y Mauricio Macri: no importa qué proponga la otra parte, lo único que importa es oponerse, porque es en esa dualidad donde ambos mejor subsisten. El uno y el otro se necesitan, porque la grieta borra del mundo todo lo que no sean ellos. Basta con ver los nombres de las coaliciones que compitieron en 2019: Frente de Todos y Juntos por el Cambio son nombres que revelan el éxito de sus tácticas. O se está con ellos, o se cae en el ostracismo de las minorías casi insignificantes.

La trampa está en que si uno no está ni en uno ni en el otro lado, su única opción válida acaba por ser la de elegir al menos odiado en cada momento. Estamos viviendo un verdadero duopolio de la política: jamás encontramos una discusión por las dietas, los viáticos, los beneficios jubilatorios propios, los gastos en asesores, o tantos otros beneficios pecuniarios (legales) de que goza esa clase especial que componen los políticos. Beneficios que ellos mismos convierten en leyes. Las discusiones son sobre cuestiones que les resultan ajenas, y siempre acaban por tener la forma de “a todo o nada”: cuesta encontrar leyes relevantes que no sean 100% apoyadas por unos y 100% rechazadas por los otros. El consenso no es negocio. El negocio está en la grieta, que previene la llegada de otros contendientes a la pista.

El sistema está fallando. Esto mismo recoge, para los EE.UU., un interesantísimo análisis publicado por la Harvard Business School, que desde su mismo título, Why Competition In The Politics Industry Is Failing America (¿Por qué la competencia en la industria de la política le está fallando a los EE.UU.?), trata de explicar por qué la gente está desencantada con la política. Para hacerlo, trata a la política como un negocio (“industria”) que debe evaluarse bajo los parámetros de los negocios. El artículo concluye que la política ha devenido en un duopolio (demócratas y republicanos) muy redituable para ambos competidores.

Si la colusión de intereses ya es un problema, este problema se agrava en un ambiente frágil como el de la economía argentina. En otros países, las instituciones son suficientemente fuertes para impedir que la política logre romperlas. Acá, no sólo las instituciones están en la mira de la política. Mantener sus beneficios de clase depende cada vez más de destruir la base de capital, lo que necesariamente reduce los posibles caminos de desarrollo y crecimiento.

Esta semana se debatió el proyecto de “Impuesto a las grandes fortunas”. Nada más gráfico: cuando ya se gravaron las ventas, las ganancias, los bienes físicos, y con eso no alcanza para solventar el gasto de la política, quienes legislan para sí mismos deciden socavar aún más la base productiva del país y romper el capital para entregarlo en gasto improductivo. Sin que nadie se ponga un minuto a pensar en la racionalidad del asunto, y vendiendo el humo de la “solidaridad” para ocultar que también estos serán recursos que buscarán ganar votos para el bando propio, en desmedro del bien de todos.

Es el juego de la política. Un gran negocio que sólo sirve a quienes lo juegan, y cuyas reglas ningún jugador pretende reformar.
 Claudio Maulhardt / Fuente: El Entre Ríos

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