La corrupción es el terraplanismo del kirchnerismo

Todo preso kirchnerista es “víctima” de una conspiración internacional del lawfare.

Luciana Vázquez PARA LA NACION

Cada tanto, como en Stranger Things, se abre un portal en el muro perokirchnerista de naturalización de la corrupción e irrumpe la palabra “robar” en boca de sus dirigentes. Si no es “robar” puede ser algún otro de los términos que se vinculan con “robar” en una especie de cadena de palabras que pertenecen a la misma nube de significados, por ejemplo, “presos”. El último episodio de la saga lo protagonizó el ministro de Desarrollo Territorial y Habitat, Jorge Ferraresi, cuando el sábado, en Villa Domínico, habló de “presos” como un destino posible para los dirigentes del cuarto kirchnerismo en el poder una vez terminada la presidencia de Alberto Fernández. “Si perdemos, algunos vamos a terminar presos, es verdad, y otros volverán a dar clases en universidades internacionales”, dijo el exintendente de Avellaneda.

En los noventas, llegó de forma más brutal el “robo para la corona” atribuido a José Luis Manzano y el “dejar de robar dos años”, de Luis Barrionuevo. Con el kirchnerismo fuera del poder, antes de que se conformara el Frente de Todos, el “reconozcamos que robamos” de María Eugenia Bielsa. Y ahora el “vamos a terminar presos” de Ferraresi. De los ´90s ahora, una escalada pero también un cambio de sentido en esos reconocimientos. Hay una especie de camino evolutivo en el modo en que la corrupción se procesa en el peronismo y se la conversa en público. Un cambio evolutivo del sentido de los lapsus peronistas por donde se filtra la permisividad en torno a la corrupción: antes del kirchnerismo, una suerte de reconocimiento cínico pero reconocimiento al fin. Con el kirchnerismo consolidado, una forma negacionista de encarar la corrupción: el problema es de los otros, que conspiran con el lawfare. La mención pública del verbo “robar” por parte de dirigentes peronistas de peso marca los hitos de esa evolución.

Los sentidos que Ferraresi le dio a la palabra “presos” hablan de la concepción de la corrupción que tiene el kirchnerismo después de 39 años de democracia. A primera vista, Ferraresi pareció reconocer que podían estar cometiéndose hechos de corrupción en el presente: esa impresión es falsa. Al contrario, sus palabras desmienten esa posibilidad y ponen en duda la verdad de la palabra jurídica ya no sólo en el presente y hacia el pasado, sino también en el futuro: cualquier militante, es decir, funcionario, que termine condenado y preso por sospechas de corrupción sucedidas en este presente, lo será injustamente.

Para Feraresi, todo acto judicial que lleve a la cárcel a un dirigente kirchnerista acusado de corrupción es, en realidad, el cumplimiento de un destino de nuevas injusticias posibles que aguardan a la militancia comprometida. “Tendremos la consecuencia de lo que viene ahora a nivel internacional, la persecución de dirigentes populares por el lawfare”, precisó el ministro con resignación de militante esforzado. “Preso”, aunque sea por corrupción, se interpreta tácitamente como “preso político”, es decir, perseguido injustamente.

En ese contexto, todo preso kirchnerista es “víctima” de una conspiración internacional del lawfare. Es el terraplanismo a medida que el kirchnerismo construyó para disimular lo que circula de manera subterránea del otro lado de la realidad visible desde que el menemismo creó a la corrupción como problema estructural. En octubre de 1999, en plena campaña electoral, cuando el menemismo cumplía 10 años en el poder, la corrupción era la segunda preocupación de la gente, según encuestas de la época. La primera era el desempleo.

Como voltereta final de la consolidación de ese terraplanismo, ahora no sólo es clave en la operación simbólica que busca quitarle legitimidad a la oposición y a la justicia, que según esa versión conspiran juntas. También divide a probos de réprobos dentro de la interna peronista. La frase de Ferraresi opone “presos”, el riesgo que corren los verdaderos militantes que volverán al “barro y a territorio” cuando estén fuera del poder, de los que “seguirán dando clases en universidades internacionales”, libres de ese riesgo. Las interpretaciones apuntan a Alberto Fernández y su condición de profesor universitario y a las clases que dictó en la Universidad Camilo José Cela en Madrid durante 10 años, incluso en 2019 cuando ya era candidato presidencial. Ferraresi no se detuvo en destacar el prestigio cuestionable de esa universidad: una investigación del periodista Javier Chicote, del diario ABC de España, premiado como Mejor Periodista de Investigación por la Asociación de Prensa de Madrid por ese trabajo, destapó el fraude y la entrega fraudulenta de títulos que se daba allí y el rol de la universidad en una trama internacional de transferencia opaca de fondos. También denunció que el mandatario español Pedro Sánchez habría recibido su título de Doctor en Economía en la Universidad Camilo José Cela de manera fraudulenta.

En ese discurso en Villa Domínico, en un acto de conmemoración de la asunción de Néstor Kirchner como presidente, organizado por el Ateneo “Cristina Kirchner conducción” en la sede de la UTN de esa localidad del partido de Avellaneda, Ferraresi elogió a la militancia comprometida y esforzada, en un arco que une a la juventud setentista y “los compañeros que dieron la vida” con la militancia, los dirigentes, que pueden terminar presa: la cárcel por hechos de corrupción es la nueva prueba que deben afrontar los militantes comprometidos. También elogió explícitamente a Cristina Fernández. No hubo mención directa alguna al presidente Fernández y su condición de militante esforzado pero la alusión al profesor de regreso a sus clases en instituciones internacionales lo dejan lejos del esfuerzo, el compromiso y el barro que espera a los buenos militantes.

La demora del presidente Fernández en definir el regreso del exgobernador Sergio Urribarri, condenado en primera instancia, desde Israel y el fin de su gestión como embajador es parte de ese cambio de concepción de la corrupción: la palabra judicial despojada de su peso de verdad. Para el gobierno, es una operación conspirativa.

El lapsus de María Eugenia Bielsa fue el de mayor sinceridad dentro del kirchnerismo. Llegó en un video cuya fecha se supone anterior a la conformación del Frente de Todos. “Voy a ser sincera. Me duele tener que sentarme a una mesa y explicar porqué robamos. Muchachos, y perdónenme que lo diga así, robamos, robamos y no hay que robar en la política. La plata del pueblo no se roba”, reconoció Bielsa abiertamente en un sincericidio de 1.21 minutos de duración, en un encuentro público que quedó grabado y se viralizó en el momento menos oportuno. El balance que hizo Bielsa de la década kirchnerista, con mención explícita a Cristina Kirchner y a Julio de Vido en otro pasaje de ese minuto y pico, además de una gestión cuestionada, le costaron la salida del gobierno de Fernández, donde ocupaba el ministerio que hoy encabeza Ferraresi.

La década menemista encontró su forma simbólica en el relato de su corrupción. Antes de que llegara la reelección de Menem, en 1991, a apenas año y pico de la asunción de Menem, se publicaba Robo para la corona, de Horacio Verbistky, con una frase atribuida a José Luis Manzano, que por entonces era el jefe del bloque de diputados del PJ, como título: la corrupción como parte de un organigrama en la que la cabeza política es la principal beneficiaria. Ese libro de investigación periodística dejó al desnudo la maquinaria de la corrupción. Y la frase título como reconocimiento sin vueltas de ese funcionamiento.

Esa década también trajo el reconocimiento público del dirigente gastronómico Luis Barrionuevo, que en aquellos años menemista era el titular de la Superintendencia de Salud de la Nación. “Tenemos que tratar de no robar por lo menos por dos años en este país”, dijo Barrionuevo en el programa Tiempo Nuevo.

Una encuesta de Fixer de estos días pone a la corrupción entre las principales preocupaciones de la gente. Después de la inflación, de la política y los políticos, aparecen los hechos de corrupción. En el cuarto lugar, la inseguridad y en el quinto, la pobreza. Es decir, aunque desde 2001 la Argentina parece enfrentar un cambio de su sentido común imperante, con un giro hacia la derecha, la preocupación de la gente en torno a la corrupción sigue tan vigente como antes. La Argentina está en una carrera de postas de desafíos complejísimos: a los problemas urgentes como la inflación, que además también es estructural, una vez resueltos, la esperan los problemas estructurales de fondo. Eso que la sociedad naturaliza y alteran todas las escalas con las que se concibe la realidad.

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