Infernal

Un texto para estos días así, escrito por Julián Stoppello. "La tarde se demora, no se va nunca. Y la noche de este enero es un recuerdo de otro enero y de otro tipo: uno que se quedó en el año pasado y nunca superó diciembre".



Por Julián Stoppello (*)

 

Las palabras se chocan adentro. Afuera el sol impiadoso, un cielo con bordes de cemento, los ojos líquidos del asfalto y un aire vaporoso en ardiente ascenso: soy Marilyn en ojotas y shorcito parado arriba del infierno. Adentro el vacío tórrido del desasosiego y las frases partidas de ideas propias, infestadas, volcadas y prendidas fuego. Afuera la astucia de la pantalla inteligente, la atracción de un recorrido a ninguna parte y a ningún sentido. De arriba a abajo. Hasta las canciones son otra cosa ahora que elegís de a una. Las películas son otra  cosa ahora que las ves todas las veces todas. Una metodología desaloja el azar y la paciencia. La sorpresa se achica, la memoria se entumece, el amor se cuenta en una foto. Me gusta.

La tarde se demora, no se va nunca. Y la noche de este enero es un recuerdo de otro enero y de otro tipo: uno que se quedó en el año pasado y nunca superó diciembre, que anda buscando las cosas perdidas. Cosas como horas, días, meses completos, besos, abrazos, boletas impagas. Busca en una bruma confusa, mientras el que respira arriba del infierno hace como que puede caminar hasta el auto, manejar, estacionar y bajar en una calle calcinada para meterse en una pileta y hacer la plancha. Me divierte.

Es todo lo que puedo decir. Desde mi pieza se oye el chapuzón del vecino. Unas risas, una música. No es que me sienta afuera de la fiesta: es que en realidad  no me interesa o no me llama o no la puedo interpretar. Estoy adentro de adentro de adentro.  Me revuelvo en la almohada y en las fotos de unos ojos oscuros y una sonrisa de tantos dientes perfectos. El pasillo de mi casa se acorta, se angosta. A la ventana le crecen rejas de cartón pintado. Mi objetivo es tener plantas y que no se mueran. Dejar de beber. Dejar de fumar. Dejar de dejar.

En el deporte se habla  de objetivos. Yo tengo una formación emocional desfigurada por las novelas de la siesta y los partidos de básquet de la  noche. Cuando no puedo dormir pienso en partidos  de básquet o muevo los dedos de la mano haciendo cuentas. O respiro profundo. O tomo un alplax  de 1 miligramo. Cuando despierto, fumo y miro el celular y preparo el mate.

Cuando despierto, observo el cielo que baja y escucho las chicharras. Maldición va a ser un día hermoso. Las frases del celular, Dios mío. Me gustaría rezar un padrenuestro, creyendo en un padre nuestro. Pero el padre mío es una imagen que amo y me acecha. La  única verdad son las cuerdas que puedo agarrar para saltar de un lado a otro sobre las baldosas quemantes, sobre las ideas del abismo. Son manos frágiles, delicadas, las que se estiran en la noche de mi tiempo. Es todo lo que puedo decir. Me entristece.

Pero.

A veces me doy cuenta de una fuerza vieja, que viene de lejos y en el último segundo del partido me impulsa a inventar algo nuevo: el puente propio de una  maravilla. Los niños juegan del otro lado y yo voy, alelado, juntando de a una las razones en su dirección.

Leer no me salva el pellejo, escribir tampoco, la  autocompasión es un consuelo, pero ligero y perezoso. Siento el cuerpo que me dieron. Me voy a pintar las uñas de negro y voy a tener una planta y una computadora que escriba mejor, que redacte novelas en primera persona y las firme con seudónimo. Y voy a tener una planta.

 (*) Escritor y periodista.

Entre Ríos Ahora

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