Alberto, el país imaginario y 20 millones de argentinos sin luz
El último discurso de un presidente en su burbuja.
El último discurso del Presidente ante el Congreso osciló entre el desaire de Cristina y las cifras de una prosperidad invisible.
El presidente Alberto Fernández se acercaba al final del discurso cuando pronunció la frase que podría servir para entender cómo percibe ciertas cosas: “Con barullo político pierde la gente”, dijo, en medio del barullo sonoro de los legisladores y del barullo visual que le hacía Cristina Kirchner al lado, sin necesidad de decir una palabra.
Fue el discurso final ante el Congreso de un presidente en su burbuja, a la cabeza de un gobierno que nació, justamente, con el barullo político que de acuerdo con la visión presidencial le hace mal a la gente.
Ese batifondo llegó a tal punto que no fueron al Congreso ni el diputado Máximo Kirchner ni el gobernador bonaerense Axel Kicillof, quien más tarde debió suspender su propio discurso por el apagón masivo.
Un rato antes, Cristina había recibido a Alberto con helada cortesía. Caminó delante del Presidente hasta la firma de los libros de actas, rechazó con energía su gesto de servirle agua antes de empezar y se paró mirando para otro lado en cuanto Alberto terminó.
Justo ahí se cortó la cadena nacional.
Como suele ocurrir cuando se confía ciegamente en las cifras de otros, el Presidente pintó un país que sólo existe en sus papeles.
Empezó atajándose porque en su gestión le tocaron la pandemia y la guerra en Ucrania y siguió diciendo que no temía hablar de frente de “pobreza, inseguridad, inflación y bajos ingresos”.
Pero se ve que esto quedó para otra ocasión, porque comenzó a citar cifras de crecimiento de la economía que describían una prosperidad invisible.
Cristina siguió con gesto adusto cada vez que el Presidente sobreactuó su solidaridad ante la presunta persecución judicial a ella, condenada por corrupción.
El esfuerzo por el capítulo “ahora quedo bien con Cristina” fue tal que Alberto afirmó falsedades: que Cristina fue condenada “sin cumplir las formas mínimas del debido proceso” y que la condena sólo buscaba “la inhabilitación política”.
Cristina fue condenada en juicio oral y con su defensa haciendo uso pleno de su derecho a tratar de refutar pruebas que para el tribunal resultaron irrefutables.
Y podría ser candidata si quisiera.
Decir que está inhabilitada para participar en las elecciones es tan falso como decir que está presa.
En esas cuotas de inocente rebeldía entre líneas con las que el Presidente juega a ser autónomo, Alberto no pronunció nunca la palabra “proscripta” -si se es kirchnerista, eso es lo que hay que decir para referirse a Cristina-, y afirmó que, al terminar su mandato, “nadie podrá atribuirme un hecho por el cual me haya enriquecido”.
Mostró la soga en casa del ahorcado.
Ella hizo un mohín del tipo “de qué está hablando este hombre” cuando él decía que “los animales no pueden estar encerrados para entretener a los seres humanos”; y luego hizo una expresión particular cuando Alberto mencionó “el enorme honor que me han dado los argentinos de presidir los destinos de la patria”.
Pudo interpretarse como un gesto de “el honor me lo debés a mí”.
Contrapunto gestual de un gobierno que empezó y termina partido.
La burbuja tiene connotaciones más graves cuando sale de la comedia de entrecasa a confrontar con el mundo real.
El Presidente afirmó que “la lucha contra el crimen organizado es prioridad para el gobierno nacional”, pero si hay un emblema de crimen organizado ése es el narcotráfico y el ministro de Seguridad acaba de decir que los crímenes en Rosario son un problema de la policía santafesina.
¿Entonces?
Posiblemente Alberto Fernández ni sabía que, mientras estaba hablando, se cumplía justo un mes del asesinato de un joven artista callejero en Rosario que fue utilizado como cadáver mensajero.
Lo mataron a cuento de nada únicamente para que la banda que lo asesinó le pusiera un papel en un bolsillo con una amenaza a otra banda con la que la víctima tampoco tenía nada que ver.
Un mes después, no hay detenidos ni sospechosos por ese crimen atroz.
A ese país real -ausente en el discurso presidencial- sólo le calza la máscara de la tragedia.
La ironía mayor se dio tres horas después de que Alberto saliera del país triunfal de sus líneas ficticias hacia la explanada de la calle Entre Ríos.
Cuando los termómetros marcaban 36 grados de térmica, 20 millones de argentinos se quedaron sin luz.
Unos pastizales incendiados en medio del campo, entre General Rodríguez y Campana, activaron las alertas que desconectaron por unas horas la central de Atucha.
Alberto había dicho un rato antes, en el Congreso, que Argentina “es la energía que el mundo está necesitando”.
Más tarde tuiteó: “Hoy vivimos sustancialmente mejor”.
Fue a las 17.34, con medio país a oscuras.
La Argentina precaria no perdona una
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