No hay golpe en Bolivia: Evo Morales cae por una insurrección popular

Por Fabián Harari (INFOBAE)
Primero fue la debacle del “Socialismo siglo XXI”, en Venezuela, y su transformación en una feroz dictadura, con miles de trabajadores presos, muertos y desaparecidos. Luego vino Brasil y el Lava Jato, que le quitó la máscara al progresismo del PT. A continuación, Ecuador y la herencia de Correa. Pero también, hace poco (y en estos momentos), Chile y su modelo “liberal”, con “políticas de Estado” que dejó un tendal de desahuciados. De uno y otro lado, se fueron desplomando los “modelos”. Ayer, cayó uno de los últimos, uno que parecía inquebrantable: el “plurinacional y andino”.
¿Por qué caen, al mismo tiempo, experiencias que parecen tan diferentes? Porque no lo son, comparten una naturaleza común y, por lo tanto, están sometidas al mismo proceso: son experiencias capitalistas, que están siendo arrastradas por la crisis del sistema, que provoca una pauperización general. Como consecuencia, están sufriendo la rebelión contagiosa de la población que ha soportado esas políticas: la clase obrera.
No hay golpe en Bolivia, como no lo hubo en Brasil, Ecuador, ni en Chile. Evo Morales cae en un contexto de una insurrección popular. Las FF.AA. se limitaron a negarse a continuar la represión que la policía ya no quería mantener. Evo no se convirtió en un Maduro porque no pudo, no porque no quiso. La COB (central obrera) le exigió la renuncia. El rol protagónico, en todo esto, lo tuvo la intervención de las masas que superó, y por mucho, la zona de influencia de la “media luna” opositora. Los mineros de Potosí se movilizaron hacia La Paz para exigir la renuncia y fueron agredidos por militantes masistas en el camino. En La Paz, bastión obrero, también se produjeron movilizaciones contrarias al presidente. En Cochabamba, trabajadores transportistas y de la Federación de Trabajadores Fabriles también se manifestaron. En Santa Cruz, marcharon docentes y médicos, y uno de los muertos de allí participaba de una marcha de trabajadores transportistas. Evo no pudo derrotar ese movimiento, y terminó perdiendo el apoyo de las centrales obreras. No se fue sin pelear: antes de irse, desató una represión estatal y paraestatal que dejó seis muertos y 400 heridos.
La movilización obrera contra Evo Morales tampoco es nueva. En Bolivia se han producido movilizaciones obreras durante los últimos cinco años: docentes y trabajadores de la salud, obreros de la construcción, una enorme lucha contra la expulsión de trabajadores de la Empresa Pública Nacional Textil, que obligó a la COB a convocar a una huelga general en 2016 desatando una represión con 10 heridos y más de 150 detenidos en Cochabamba, protestas de estudiantes y médicos en 2017 contra el aumento de la jornada laboral, que fue duramente reprimida. En 2017, la COB salió a las calles para oponerse al cercenamiento al derecho a la huelga, impulsada por Evo. Sin ir más lejos, en septiembre de este año, maestros y trabajadores de la salud reclamaron por las condiciones laborales, iniciando incluso huelga de hambre. A esto habría que sumarle la violenta represión en el Tipnis en el año 2011 y la represión del gasolinazo en el 2010.
¿Por qué se produjo este levantamiento contra Evo? Porque su “modelo” arrastraba y escondía una precarización generalizada de la vida, que se fue haciendo cada vez más insoportable. El grueso de los recursos bolivianos proviene de la renta gasífera a través de la exportación de hidrocarburos y de minerales, que representan más del 70% de las exportaciones del país. Hasta el 2014, esto le permitió a Bolivia tener superávit comercial, pero a partir de esa fecha la balanza comercial entró en déficit, alcanzado los 900 millones de dólares en 2016, aunque para el 2018 ese número se redujo a 475. El índice de crecimiento, además, se redujo en casi un tercio. Las reservas pasaron de 15.084 millones de dólares, en 2014, a 7.976, mientras que aumentó la deuda de 15,9% del PBI en 2011 al 24,5% en junio del 2019. La pobreza, si bien es cierto que se redujo, se mantiene muy alta, hoy es del 51%. El salario mínimo real creció 2,6% por año entre 2006 y 2015, mientras que el salario medio solo creció 0,5%. El trabajo precario se mantuvo entre el 65 y el 70%, desde el 2006. La mayoría de estos trabajadores se encuentra en el comercio y la construcción informal. Por lo tanto, quedan incluso por fuera de estos magros aumentos. Un ejemplo de esta situación es que 14 mil maestros no se jubilaron este año debido a la baja jubilación que percibirían.
¿Cómo consiguió Evo reducir los índices de pobreza? De dos formas. Una, a través del aumento de la asistencia social directa que pasó de representar el 24% del gasto social, a representar el 38%, alcanzando casi el 40% de la población. Es decir, no creo empleo genuino ni puso a esa población en una relación laboral estable. Simplemente, la mantiene con vida, en situación precaria, para computarla como “no pobre”, cuando lo es. La segunda, mediante la emigración, que creció un 130% desde la década del ´90, y un 47% entre la primera década del siglo XXI y la segunda. O sea, expulsando gente. Eso le trajo un doble beneficio: menos bocas que alimentar y unas remesas, que pasaron de ser de 357 dólares por migrante a 2.724 en esta última década, lo que representa ya el 4,7% del PBI. El modelo boliviano no era ningún modelo exitoso, sino que se basó en la expulsión de población, precarización laboral y asistencia social, mientras la renta lo permitió. Cuando el viento de cola se acabó, las pocas concesiones se acabaron.
Este levantamiento está siendo capitalizado, por ahora, por Carlos Mesa (una mezcla de Macri y Alberto Fernández) y por Luis Fernando Camacho (un exponente de la ideología fascista). Pero eso no quiere decir mucho. Difícilmente estos dirigentes puedan controlar a la población levantada. Su ascendencia sobre el descontento se debe a que la izquierda, durante estos años, abandonó las posiciones independientes y se plegó, de una u otra manera, a la suerte del MAS y se negó a apoyar las protestas. Por ejemplo, ahora, se manifiestan por el gobierno saliente, pero nunca se manifestaron por los docentes, ni los mineros, ni los Tipnis… Ergo, ante la crisis, perdieron toda autoridad.
Esta no solo es la crisis de las ilusiones de un capitalismo posible en América Latina y de una “democracia social”, sino también de esa izquierda que abandonó la revolución en nombre de esas experiencias. Y eso es bueno, porque perder las ilusiones puede ser doloroso, pero es la única forma de construir algo real.

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