Adolescentes en crisis. Las guardias están al límite y los médicos, desbordados
Los hospitales generales no disponen de internaciones específicas para atender cuadros de emergencia; crecen las consultas por ideas o intentos de suicidio, autolesiones y desórdenes alimentarios; el difícil camino de padres y profesionales.
Las hojas cayeron accidentalmente del diario íntimo de Felipe, un adolescente de 14 años. Su padre, Marcelo, las levantó del piso y quedó paralizado. Su esposa, Pilar, se acercó a ver qué pasaba y leyó lo que jamás hubiera imaginado. Eran dos cartas de despedida: Felipe tenía pensado suicidarse. Inmediatamente, salieron de su departamento en Palermo y corrieron hacia una guardia. Allí comenzó un derrotero que muestra la otra cara de la moneda de la crisis de salud mental adolescente: en la Argentina, como en otros países del mundo, las instituciones y los profesionales especializados no dan abasto.
El matrimonio repasa, con angustia, las primeras dificultades que atravesaron cuando llegaron al hospital privado al que suelen recurrir por su obra social. “No tienen guardia fija de psiquiatría, sino pasiva: se llama al psiquiatra cuando hay una emergencia. El pediatra le realizó a Felipe la evaluación clínica y, por indicación telefónica del psiquiatra, se decidió internarlo para que le hicieran unos estudios al día siguiente. Yo estaba en shock”, recuerda Pilar.
Ella se quedó con su hijo. Los acomodaron en una habitación acondicionada para evitar riesgos, sin espejo en el baño ni cortina para la ducha. Sin vidrios que pudieran romperse ni ventanas que pudieran abrirse. Paredes blancas, dos camas y no mucho más. La comida llegaba con vajilla de plástico, sin cuchillo. Era un cuarto preparado para dar una primera contención a pacientes como Felipe, antes de ser derivados a otras instituciones. Ese hospital, como muchos otros, no dispone de internaciones psiquiátricas. Tuvieron que esperar allí diez largos días, hasta que finalmente apareció un lugar en una clínica de Ituzaingó, donde comenzó el proceso terapéutico.
Días atrás, lanzó la serie “¿Sabés la nacion qué pasa por la cabeza de tu hijo?” para visibilizar el significativo aumento de las consultas de adolescentes con ideas o intentos de suicidio, autolesiones y trastornos de la conducta alimentaria, entre otras manifestaciones de sufrimientos psíquicos profundos. Ante una demanda creciente, los servicios que buscan dar una respuesta se vieron sacudidos como nunca antes.
“No solo no hay suficientes equipos de salud mental preparados para atender urgencias infantiles y juveniles, sino que también faltan lugares especializados en brindar asistencia o internación. Son muy pocos, no alcanzan. Es muy difícil encontrar disponibilidad cuando tenemos que internar a un adolescente”, resume Gustavo Guardo, psiquiatra y presidente de Proyecto Suma, una asociación civil que trabaja con personas con padecimientos psíquicos severos.
Asegura que es una tendencia que empezó a observarse, al menos, en la última década, pero que se profundizó de manera preocupante a partir de la pandemia de Covid. En este contexto, hay chicos que duermen en las guardias de los hospitales generales 48 horas o más hasta ser derivados a un lugar que pueda ofrecerles la atención que precisan. O permanecen más de una semana internados en instituciones privadas que no cuentan con equipos especializados. Eso es lo que le pasó a Felipe.
“A las 48 horas ya teníamos el diagnóstico de que necesitaba ser trasladado, pero desde la obra social nos explicaron que era difícil conseguir un lugar, porque eran muchísimas las solicitudes de derivación que tenían para casos similares”, subraya Pilar. “Muchísimas”, repite tras un silencio.
“Si bien estaba controlado y estable desde lo clínico, fue una espera angustiante porque en esos diez días no pudo recibir lo que necesitaba: un espacio donde hacer terapias y actividades para empezar su recuperación en un entorno tranquilo, entre otras cuestiones”, detalla.
“Es difícil tenerlos en la guardia”
Dos semanas atrás, una adolescente de 14 años llegó a la guardia de un hospital público de la ciudad de Buenos Aires con los brazos ensangrentados. Tenía cortes en ambas muñecas. Eran tan profundos que no alcanzaba detener la hemorragia, necesitaba suturas. “Me quiero morir”, les dijo a los médicos. Una de las especialistas que la atendió −que pide reserva de su nombre para no tener problemas en su lugar de trabajo− recuerda que la chica estaba tranquila, algo propio del efecto que produce la adrenalina en situaciones extremas: “Es como la calma que antecede a la tormenta”, señala la médica.
La madre de la adolescente, en cambio, tenía una crisis de nervios. Luego de coserle las heridas, la chica fue derivada a un hospital especializado en salud mental. “Es difícil tenerlos en la guardia, porque muchos hospitales generales no están preparados para dar respuesta a estas situaciones. Los niños y adolescentes con intentos de suicidio necesitan habitaciones especiales hasta ser estabilizados, que esta institución no dispone”, relata la médica con preocupación.
En la ciudad de Buenos Aires, dentro del sistema público, hay dos hospitales monovalentes, especializados en salud mental, que tratan población infantil y juvenil: el Tobar García y el Alvear (este último atiende a partir de los 14 años y también a adultos). Reciben derivaciones de todos los efectores de salud y suelen estar a tope. Por otro lado, los hospitales pediátricos Doctor Pedro de Elizalde y Doctor Ricardo Gutiérrez, que son generales, cuentan con guardias de salud mental y habitaciones preparadas para chicos con padecimientos psiquiátricos dentro de salas indiferenciadas (es decir, compartidas con pacientes con otras patologías), tal como establece la ley nacional de salud mental.
Por una cuestión de disponibilidad, estas dos instituciones priorizan a los chicos que se atienden allí a la hora de una internación. Con respecto a la cantidad de camas de internación de los monovalentes, según la respuesta gubernamental dada en 2020 frente a un pedido de información pública realizado por la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), el Tobar cuenta con 64 y el Alvear tiene una sala de internación para adolescentes desde los 14 años, con seis lugares para varones y otros seis para chicas.
Las dificultades para conseguir un lugar para pacientes psiquiátricos no se observan solamente en la Argentina. El fenómeno se repite en otros países como Estados Unidos, donde los servicios de urgencias se convirtieron en salas de internación para adolescentes con intentos de suicidio y otras problemáticas, según una descripción reciente de The New York Times. Debido a la crisis de salud mental, las opciones para recurrir a un tratamiento psiquiátrico hospitalario o ambulatorio se redujeron drásticamente.
Pilar subraya que, dentro de todo, fueron afortunados ya que los trasladaron a “un muy buen lugar”, donde estuvieron un mes, a través de su cobertura. “Nosotros vivimos en un departamento y Felipe pasaba mucho tiempo encerrado en su cuarto jugando con los jueguitos y el celular. Pero cuando entrás a la clínica te sacan el teléfono. Hay un televisor con algunos canales, que es la única conexión con el exterior, y podés pasear por el parque, que es maravilloso”, cuenta la madre. Esas semanas fueron fundamentales en la recuperación del adolescente, un camino que hoy continúa.
De los 145 niños, niñas y adolescentes que se encuentran actualmente internados por motivos de salud mental en la ciudad de Buenos Aires, 89 están en instituciones públicas y 56, en privadas. Los datos, que varían día a día, se desprenden de la Unidad de Letrados de Personas Menores, un equipo interdisciplinario que por ley se ocupa de la defensa técnica de todos los menores que necesitan una internación.
Rosalía Muñoz Genestoux, abogada y secretaria de primera instancia de esa unidad, cuenta que en los hospitales generales los chicos suelen ingresar por la guardia y que
Vemos familias que han peregrinado por un montón de lugares buscando turnos para sus hijos” Alejandra Bordato
HOSPITAL GARRAHAN
la espera puede ser larga. “Lo primero que pedimos es que les asignen un equipo tratante y se los pase a un lugar adecuado de internación. Intentamos que los obstáculos se solucionen lo antes posible porque hacen a la atención: no es lo mismo estar en una camilla que en una habitación. No es lo mismo ver a médicos que van rotando que tener un equipo asignado”, afirma.
La abogada considera que, de acuerdo con lo que establece la ley nacional de salud mental, todos los chicos deberían poder ser internados en hospitales generales. “Muchas veces te dicen que no están preparados para brindar este tipo de atención. Nosotros insistimos en que deberían estarlo”, sostiene.
Cuando las camas para internación escasean, lo que aumenta es el recorrido de los padres por distintas instituciones en busca de respuestas, una realidad que se agudiza en los sectores donde el acceso a la salud estuvo históricamente vulnerado. “Vemos familias que han peregrinado por un montón de lugares buscando turnos para sus hijos”, dice Alejandra Bordato, jefa del Servicio de Salud Mental del Hospital Profesor Doctor Juan P. Garrahan, donde llegan menores de distintas jurisdicciones.
La especialista indica que, a partir de la pandemia de Covid, reciben cada vez más adolescentes que “solo necesitan atención en salud mental”, es decir, ya no se trata de pacientes que atraviesan patologías físicas complejas y además requieren un apoyo terapéutico.
Listas de espera
Los trastornos de la conducta alimentaria se enmarcan entre las problemáticas que crecieron de forma exponencial en el último tiempo. Las listas de espera para conseguir una internación en alguno de los centros más reconocidos pueden ser de tres o cuatro meses. Incluso varios hospitales de día están brindando atención únicamente de forma virtual, lo que genera complicaciones para los pacientes más críticos.
En este contexto, algunos padres de sectores socioeconómicos altos están llevando a sus hijas (en general son mujeres) a atenderse a otros países. “Tuve que derivar pacientes a México y España. El tema es que son tratamientos carísimos y hay que tener disponibilidad no solo para costearlos sino también para que uno de los padres se instale para acompañar la internación”, cuenta Juana Poulisis, psiquiatra y fellow de la Academy of Eating Disorders y expresidenta del Capítulo Hispano de esa organización internacional.
Poulisis está dando turnos para interconsultas recién para septiembre próximo: “Tengo que rechazar a muchos pacientes y no solamente me pasa a mí. Las agendas están explotadas”.
El aumento de la demanda no solamente se ve en la atención particular, sino también en los hospitales. “Después de la pandemia, y como nunca antes, nos tuvimos que juntar y formar equipos interdisciplinarios para tratar los trastornos de la conducta alimentaria, que aumentaron al menos en un 30% y siguen incrementándose”, explica Roberto Mato, jefe de la Unidad de Adolescencia y Transición del hospital Garrahan.
En esa línea, Gisela Rotblat, jefa de Psiquiatría e Interdisciplina del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano, cuenta que ellos también debieron ampliar el equipo que acompaña a pacientes con problemáticas como bulimia o anorexia. “En 2019 tuvimos 1708 consultas por trastornos de la alimentación y en 2021 pasamos a 2216. Tuvimos que incorporar cuatro psicólogas nuevas y una psiquiatra”, detalla.
El Hospital Italiano es un centro de derivación para la atención de estos casos ya que dispone de internación para renutrición y equipos especializados, y lo que observaron los médicos fue “un aumento importantísimo en la gravedad de los pacientes”.
Rotblat enumera algunos de los cuadros que reciben: “Muchos llegan con un compromiso clínico, como hipotensión arterial [presión baja], bradicardia [frecuencia cardíaca más lenta de lo normal], derrames pericárdicos o deshidratación”.
El panorama se replica en otros puntos del país. Mariano Pala, jefe del Servicio de Salud Mental del Hospital Materno Infantil de Mar del Plata, donde se atiende a chicos de hasta 15 años, apunta: “Los trastornos de la alimentación han aumentado desde la pandemia. Suelen ser la punta del iceberg de cuadros polisintomáticos, vinculados con los trastornos de ansiedad y la depresión. Requieren tratamientos complejos e interdisciplinarios, y las internaciones son prolongadas, con casos que llegaron a estar cuatro o seis meses”.
El de Mar del Plata es un hospital general de pediatría con aproximadamente 260 camas, que dispone internación por motivos de salud mental en salas indiferenciadas. Pala explica que los únicos pacientes que deben derivar son los que precisan una atención específica por consumo de sustancias, una problemática que también se disparó.
“Los chicos se internan en este hospital hasta que surge una vacante en una institución especializada que, en general, es en el Gran Buenos Aires. Pero cuesta conseguir un lugar, a veces se puede demorar hasta un mes. Mientras tanto, es difícil sostener estas internaciones: nuestro hospital es de puertas abiertas y muchos pacientes se retiran sin el consentimiento médico, complejizando las intervenciones”, describe.
Migración de profesionales
Los referentes consultados por la nacion coinciden en que la crisis adolescente desnudó cómo en todo el país faltan psiquiatras infantiles y juveniles, que además de no ser tantos, suelen migrar de los hospitales –donde la demanda es altísima y los honorarios escasos– a los consultorios privados.
No alcanzan para cubrir todas las guardias los siete días de la semana. Las cifras de la Dirección General de Salud Mental (Dgsam) muestran que en la ciudad de Buenos Aires hay 85 psiquiatras infantiles y juveniles atendiendo en hospitales públicos, centros de salud y otras instituciones de los tres niveles de intervención, contra 231 psicólogos.
“Lo que hay es una fuerte exigencia de recursos para dirigir la atención a esas áreas. Hay ciertos cuellos de botella: particularmente, los psiquiatras infantiles y juveniles, sobre todo en el primer nivel de atención, son el insumo más crítico”, sostiene Horacio O’Connor, a cargo de la Dgsam.
En territorio porteño, durante la pandemia se implementó el programa Salud Mental Responde, una línea telefónica para disminuir la barrera de acceso a los servicios de salud mental, explica O’Connor. El objetivo es realizar una evaluación de riesgos y una derivación asistida para quienes necesitan tratamiento.
Además, se creó la red integral de derivaciones de salud mental, que también depende de la Dgsam, donde un equipo interdisciplinario hace un seguimiento de los requerimientos de internaciones de todos los efectores para derivarlos a las camas de internación disponibles.
En esa red trabaja Fernanda Cordero, que además se desempeña en el Hospital Tobar García y cubre guardias en una ambulancia de emergencias adaptada para pacientes psiquiátricos, que ofrece apoyo al Hospital Alvear. Cordero cuenta que desde 2020 hasta abril de este año recibieron más de 1000 pedidos de cama en hospitales especializados de salud mental de la ciudad. De esos requerimientos urgentes, el 20% correspondía a población infantil y juvenil.
“En otras palabras, uno de cada cinco pacientes tenía menos de 18 años y el principal motivo de solicitud fue por intentos de suicidio”, indica Cordero. En todos los dispositivos donde trabaja atiende situaciones de emergencia. Tiene 25 años de médica en la primera línea de batalla, lo que ella llama “la trinchera”.
El aumento de las llamadas a las ambulancias por parte de escuelas que piden asistencia ante las crisis de salud mental que atraviesan sus estudiantes es uno de los aspectos que más la sorprendió en el último tiempo. “Muestra cómo la comunidad educativa está sobrepasada por esta problemática”, plantea.
Para Cordero, fortalecer la prevención y el diagnóstico temprano en todos los niveles de atención es una cuenta pendiente. “Lo que nos preocupa muchas veces es la resolución de una situación incandescente, pero la prevención es fundamental. El paciente llega a la guardia con una presentación muy grave porque hay muchas otras cosas que fallaron antes, sobre todo el acceso al primer nivel de atención, para tener un tratamiento ambulatorio”, subraya.
La problemática se refleja en todas las jurisdicciones. En la provincia de Buenos Aires habilitaron una línea para acompañamiento en salud mental y consumos problemáticos (08002225462). También confeccionaron un mapa para saber dónde acudir ante emergencias.
Mariana Moreno, psiquiatra infantil y juvenil y quien a fines de marzo pasado asumió el cargo de directora nacional de Salud Mental y Adicciones, expresa su coincidencia plena con el panorama que visibiliza la nacion desde esta serie.
“Las problemáticas de salud mental adolescente crecieron mucho. Tenemos que tener en cuenta una gran cantidad de variables vinculadas con lo social, lo histórico y lo económico, ni hablar del impacto de la pandemia que nos atravesó a todas y todos, con un consenso de que los adolescentes fueron uno de los grupos más afectados”, afirma la funcionaria.
Sobre la dificultades planteadas por sus colegas sobre el acceso a camas de internación y equipos especializados, admite: “Tenemos una deuda con los cuidados de la urgencia en la población infantil y juvenil y esto lo venimos conversando mucho en la Dirección de Salud Mental y el Ministerio de Salud, pensando en cómo mejorar la respuesta”.
En esa línea, considera fundamental que las chicas y los chicos puedan recibir en las guardias “una atención integral, con todas las evaluaciones necesarias y contando con el acompañamiento de sus referentes afectivos”.
La funcionaria enumera algunas acciones implementadas. Cuenta que el Hospital Laura Bonaparte, en la ciudad de Buenos Aires, que está bajo la órbita de Nación, inauguró recientemente un servicio de cuidados de urgencia para la población infantil y juvenil.
Por otro lado, en el Hospital Nacional Profesor Alejandro Posadas, en la localidad bonaerense de El Palomar, “se está trabajando con el equipo del servicio de la guardia de salud mental tanto con cambios en la infraestructura como en el fortalecimiento de los recursos humanos”. Respecto de la prevención, destaca la creación de un programa en el marco de la Estrategia Federal de Abordaje Integral de la Salud Mental para atender la problemática del suicidio, que creció de forma preocupante entre los adolescentes.
Una tarea silenciosa
La enorme labor de psiquiatras, psicólogos y otros profesionales especializados en la atención infantil y juvenil –desde los residentes hasta los que cuentan con años de experiencia– para dar respuesta a adolescentes con padecimientos psíquicos, suele ser una tarea silenciosa. No pararon desde el comienzo de la pandemia y tampoco en el último tiempo, cuando la marea del Covid bajó y dejó expuestos, como nunca antes, sus efectos devastadores.
En la guardia de salud mental del Hospital Pedro de Elizalde, por ejemplo, hoy reciben, en promedio, entre siete y 11 consultas nuevas por día. Javier Indart, director médico de esa institución, cuenta que de las cerca de 200 camas ocupadas (de un total de 250), entre un siete y un 10% corresponden a pacientes con intentos de suicidio, trastornos de la conducta alimentaria y autoagresiones, entre otras problemáticas de salud mental.
El especialista explica que desde la irrupción de la pandemia se plantearon una serie de cambios ante la demanda recibida. Por ejemplo, al espacio con 10 camas que tenían reservado para una atención diferenciada por motivos psiquiátricos lo están transformado en un hospital de día, de diagnóstico y tratamiento. Las internaciones se hacen en salas de pediatría indiferenciadas con el resto de los pacientes.
“Tuvimos que acondicionar unas siete habitaciones para que no se lastimen durante una crisis. Sacar el pestillo del baño del lado de adentro, sacar los espejos, poner vidrios antivandálicos, entre otras cuestiones”, detalla Indart. Y agrega: “Tratamos de que en la misma habitación no esté otro adolescente con el mismo padecimiento, ya que si tienen conductas autolesivas pueden planificarlas juntos”.
Las salas de pediatría del Hospital Pedro de Elizalde tienen techos coloridos y paredes cubiertas con dibujos. Se busca que la estada sea lo más amena posible. Pero, sobre todo, el objetivo es brindar una atención que además de profesional sea contenedora, que es lo que más necesitan los chicos que atraviesan crisis profundas. En ese sentido, Pilar, la mamá de Felipe, subraya la empatía de los médicos como un factor clave: “Se necesita que en esos lugares haya gente que realmente quiera trabajar en eso. Acá lo humano es fundamental”, concluye. Los médicos lo saben. Y están dejando todo para salvar a los adolescentes en riesgo.
Comentarios
Publicar un comentario