En Concordia se puede ir al gimnasio, pero no a misa: ¿Por qué?
A más de cien días de confinamiento nadie duda de que alimentar el cuerpo es esencial para mantener la salud. ¿Y qué hay del alimento del alma?
Por Silvina Premat (*)
Desde el lunes los concordienses podrán ir al gimnasio y tomar clases de danza, pero seguirán sin poder ir a misa si así lo quisieran.
Participar de la eucaristía sigue siendo en esta ciudad una actividad no esencial, aún cuando se propone celebrarla con tapabocas, a distancia prudencial entre los asistentes, en el interior de los templos o al aire libre y demás condiciones de protocolos que ya están siendo aplicados en ciudades de otras provincias como Misiones, Corrientes, Santa Fe, Jujuy y Salta.
Y no es porque nadie haya pedido que sea diferente. Al inicio de la cuarentena, curas y religiosos concordienses fueron de los primeros en acatar a rajatabla las decisiones del Gobierno. Y, en cuanto el panorama sanitario fue aclarándose, ellos también fueron de los primeros en solicitar al intendente, Alfredo Francolini, considere la posibilidad de que se autorice celebrar misas con feligreses siguiendo protocolos adecuados. También los evangélicos presentaron solicitudes parecidas. Todos los pedidos fueron escuchados y obtuvieron idéntica respuesta: tal autorización no depende del Municipio y se elevan los pedidos a la Gobernación provincial. En Paraná dicen que no son ellos, sino el mismo Presidente de la Nación quien tiene competencia para otorgar tal permiso.
Los cristianos dicen ser parte del cuerpo y la sangre de Cristo y, por eso, ser unos miembros de los otros. La vida cristiana entonces es una asamblea permanente y la misa su expresión suprema.
¿Será que los asesores del Gobierno subestiman o ignoran la dimensión religiosa del ser humano y el aporte de la religión para una vida sana? ¿Será que desconocen que el cristiano cree de verdad que donde dos o tres se reúnan en nombre de Dios, él está en medio de ellos y que la misa es el acontecer de la muerte y resurrección de Cristo?
¿Será que esos expertos, y quizá también los funcionarios, creen que a una persona de fe católica, por ejemplo, le basta con rezar sola en su casa? Tendrían razón si el contexto fuera otro. Hay historias de vida que lo demuestran, como la del vietnamita Francisco Van Thuan que pasó en aislamiento nueve de los trece años que el régimen comunista lo mantuvo preso sin perder su fe alegre y orante.
La pandemia por el coronavirus no plantea en este momento en Concordia condiciones tan extremas. Lo prueban las autorizaciones para otras actividades. Pero sí está comprobado que la cuarentena extendida está haciendo estragos en el ánimo y la siquis de adultos, jóvenes y hasta de niños.
Vale aquí la advertencia que hizo hace algunas décadas el sabio jesuita Pierre Teilhard de Chardin cuando afirmó que “el mayor peligro que puede correr la humanidad no es una catástrofe que le venga de afuera, el hambre o la peste, sino la pérdida del gusto de vivir, una enfermedad espiritual, la más terrible dado que es el azote más directamente humano”.
Y el gusto de vivir, para los cristianos, nace, se renueva y se sostiene de una sola fuente: Cristo vivo en medio del pueblo. “Dios está vivo en medio de la ciudad”, enseñan los obispos latinoamericanos en su reunión en Aparecida, en 2007. Dios vivo en la interioridad de cada persona que lo reconoce y en su comunión con todo lo que lo rodea y con los demás.
La reiterada negación a los pedidos de la Iglesia plantea varias paradojas. Una de ellas es que ante catástrofes naturales como inundaciones o terremotos el Estado nacional y sus expertos confían en la Iglesia y organizaciones religiosas para distribuir ayudas o reunir a los damnificados, pero ahora no se confía en que cuidarán adecuadamente de los creyentes que quieran asistir a sus ceremonias. Igual que a nivel local: la municipalidad de Concordia tiene comodatos con algunas parroquias a través de los cuales se da de comer de lunes a viernes a unas trescientas personas. Para ello se permite a los cristianos de esas comunidades que se reúnan a efectos de organizar la comida, pero no se los autoriza a reunirse para celebrar la gran comida o el gran encuentro con Jesús, su verdadero alimento.
Si con actitudes como ésta el Gobierno impone al Estado como fuente y regente de toda expresión sociocultural y esto le parece adecuado a gran parte de la sociedad, incluido a algunos creyentes, se podrá afirmar, como lo hizo hace algunos años el poeta polaco premio nobel de Literatura Czeslaw Milosz, que “se ha logrado hacer comprender al hombre que si vive es sólo por gracia de los poderosos. Piensa, pues, en beber tu café y en cazar mariposas…”.
(*) Silvina Premat es una reconocida periodista y escritora, autora de "Curas villeros"; "Pepe" y "Milagros Argentinos" (PRH) y "La vida como misión" (Agape)
Por Silvina Premat (*)
Desde el lunes los concordienses podrán ir al gimnasio y tomar clases de danza, pero seguirán sin poder ir a misa si así lo quisieran.
Participar de la eucaristía sigue siendo en esta ciudad una actividad no esencial, aún cuando se propone celebrarla con tapabocas, a distancia prudencial entre los asistentes, en el interior de los templos o al aire libre y demás condiciones de protocolos que ya están siendo aplicados en ciudades de otras provincias como Misiones, Corrientes, Santa Fe, Jujuy y Salta.
Y no es porque nadie haya pedido que sea diferente. Al inicio de la cuarentena, curas y religiosos concordienses fueron de los primeros en acatar a rajatabla las decisiones del Gobierno. Y, en cuanto el panorama sanitario fue aclarándose, ellos también fueron de los primeros en solicitar al intendente, Alfredo Francolini, considere la posibilidad de que se autorice celebrar misas con feligreses siguiendo protocolos adecuados. También los evangélicos presentaron solicitudes parecidas. Todos los pedidos fueron escuchados y obtuvieron idéntica respuesta: tal autorización no depende del Municipio y se elevan los pedidos a la Gobernación provincial. En Paraná dicen que no son ellos, sino el mismo Presidente de la Nación quien tiene competencia para otorgar tal permiso.
Los cristianos dicen ser parte del cuerpo y la sangre de Cristo y, por eso, ser unos miembros de los otros. La vida cristiana entonces es una asamblea permanente y la misa su expresión suprema.
¿Será que los asesores del Gobierno subestiman o ignoran la dimensión religiosa del ser humano y el aporte de la religión para una vida sana? ¿Será que desconocen que el cristiano cree de verdad que donde dos o tres se reúnan en nombre de Dios, él está en medio de ellos y que la misa es el acontecer de la muerte y resurrección de Cristo?
¿Será que esos expertos, y quizá también los funcionarios, creen que a una persona de fe católica, por ejemplo, le basta con rezar sola en su casa? Tendrían razón si el contexto fuera otro. Hay historias de vida que lo demuestran, como la del vietnamita Francisco Van Thuan que pasó en aislamiento nueve de los trece años que el régimen comunista lo mantuvo preso sin perder su fe alegre y orante.
La pandemia por el coronavirus no plantea en este momento en Concordia condiciones tan extremas. Lo prueban las autorizaciones para otras actividades. Pero sí está comprobado que la cuarentena extendida está haciendo estragos en el ánimo y la siquis de adultos, jóvenes y hasta de niños.
Vale aquí la advertencia que hizo hace algunas décadas el sabio jesuita Pierre Teilhard de Chardin cuando afirmó que “el mayor peligro que puede correr la humanidad no es una catástrofe que le venga de afuera, el hambre o la peste, sino la pérdida del gusto de vivir, una enfermedad espiritual, la más terrible dado que es el azote más directamente humano”.
Y el gusto de vivir, para los cristianos, nace, se renueva y se sostiene de una sola fuente: Cristo vivo en medio del pueblo. “Dios está vivo en medio de la ciudad”, enseñan los obispos latinoamericanos en su reunión en Aparecida, en 2007. Dios vivo en la interioridad de cada persona que lo reconoce y en su comunión con todo lo que lo rodea y con los demás.
La reiterada negación a los pedidos de la Iglesia plantea varias paradojas. Una de ellas es que ante catástrofes naturales como inundaciones o terremotos el Estado nacional y sus expertos confían en la Iglesia y organizaciones religiosas para distribuir ayudas o reunir a los damnificados, pero ahora no se confía en que cuidarán adecuadamente de los creyentes que quieran asistir a sus ceremonias. Igual que a nivel local: la municipalidad de Concordia tiene comodatos con algunas parroquias a través de los cuales se da de comer de lunes a viernes a unas trescientas personas. Para ello se permite a los cristianos de esas comunidades que se reúnan a efectos de organizar la comida, pero no se los autoriza a reunirse para celebrar la gran comida o el gran encuentro con Jesús, su verdadero alimento.
Si con actitudes como ésta el Gobierno impone al Estado como fuente y regente de toda expresión sociocultural y esto le parece adecuado a gran parte de la sociedad, incluido a algunos creyentes, se podrá afirmar, como lo hizo hace algunos años el poeta polaco premio nobel de Literatura Czeslaw Milosz, que “se ha logrado hacer comprender al hombre que si vive es sólo por gracia de los poderosos. Piensa, pues, en beber tu café y en cazar mariposas…”.
(*) Silvina Premat es una reconocida periodista y escritora, autora de "Curas villeros"; "Pepe" y "Milagros Argentinos" (PRH) y "La vida como misión" (Agape)
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