Chicha, Lucio, y los gritos que nadie escuchó

Silvia Fesquet (Clarín)

Nunca llueve en Honfleur, pero a veces llueve sobre la infancia” (Erik Satié)

A los 8 años de Víctor “Chicha” Barreto los arrolló un camión recolector en el basural en el que buscaba comida. A los 5 años de Lucio Dupuy los truncó una golpiza apenas más feroz que las que venía soportando. Un accidente en un caso; un crimen por el que hoy están siendo juzgadas la madre y su pareja en el otro. Pero antes de llegar al acto final de dos vidas marcadas por la tragedia, símbolo apenas de tantas otras, hubo muchos que no escucharon, o callaron; que no hicieron su parte, o la hicieron a medias, o aplicaron teorías sin verificar qué pasaba en la práctica. Y, sobre todo, que no prestaron atención a las verdaderas víctimas, esas a las que debían proteger.

El domingo 13 era uno más para Chicha. Junto a otros chicos del barrio esperaba cerca de “Volcadero”, -un basural vecino al barrio de Paraná, Entre Ríos, donde vivía con su mamá, la pareja de ella y tres hermanastros-, la llegada del camión con restos de comida de los restaurantes del centro. Para hacer más rápido, se trepó, pero un pozo desestabilizó al vehículo, y Chicha cayó bajo las ruedas que terminarían aplastándolo.

¿Un final anunciado? En medio del llanto, Virginia Barreto, tía de Chicha, al que crió cuando, según cuenta, la mamá lo abandonó y el nene y su papá se fueron a vivir con ella, acusa a la Justicia de que “se lo terminó entregando a su madre, una adicta que no puede estar sobria un día”. Entre los 4 y los 6 años Chicha vivió con Virginia, hasta que su papá fue asesinado por una vecina. “Yo lo cuidaba y estaba bien, era su tutora,- relató a Clarín- hasta que la Justicia vino a mi casa y me dijo ‘Nadie le puede quitar a una madre su derecho de ser madre, por más problemas que tenga’ ”.

Virginia dice que su sobrino “pedía a gritos que lo sacaran de la casa de su madre”, habla de maltrato, agresiones y violencia, y de denuncias ante el Consejo Provincial del Niño, el Adolescente y la Familia (Copnaf), de ella y de una ONG que - se lamenta- cayeron en saco roto. Su objetivo ahora es “que no haya más Chichas”.

En el juicio que se le sigue a Magdalena Espósito Valenti, la mamá de Lucio, y su pareja, Abigail Páez, una especialista en psicología jurídica declaró acerca de los dibujos sin ojos que Lucio hacía en el jardín. Habló de “cosas que Lucio no quería ver, o de (cosas) que le hicieron ver y no quería ver”. Y de “dibujos sin piernas por violaciones que sufrió durante mucho tiempo”.

Se habló de un llamado de vecinos a la policía advirtiendo de una golpiza en agosto de 2021, tres meses antes de la muerte del chico. En su momento, el forense que hizo la autopsia declaró: “En 27 años de profesión y en 32 casos de niños golpeados nunca vi algo así”. Entre otras lesiones, su informe consignó traumatismo en la cabeza que le provocó edema cerebral, moretones de puñetazos en la cara, hemorragias internas y estallido de órganos.

Sus pocos años de vida, Lucio los pasó en medio de tramitaciones judiciales: cuando sus padres se separaron, la madre lo dejó, con un escrito oficial, al cuidado de los tíos paternos primero y bajo tutela de ellos después. Hubo más tarde idas y vueltas hasta que la madre obtuvo finalmente la tenencia. El resto es historia conocida. En el mientras tanto, decenas de señales que nadie quiso, supo o pudo atender.

Una encuesta de Unicef entre 2019-2020 reveló que el 59% de chicas y chicos entre 1 y 14 años sufrió prácticas violentas de crianza; el 42%, castigo físico, incluidos palizas y golpes con objetos; el 51,7%, agresión psicológica. Cuatro de cada diez dijo haber recibido maltratos en su casa o en la de un familiar, y 7 de cada 10 afirmó haber sufrido maltratos por parte de personas de su círculo íntimo.

En Córdoba, sólo en el Hospital de Niños de la Santísima Trinidad, se habían registrado, de enero a agosto, 72 casos que requirieron internación por la gravedad de los cuadros. Durante 2021, la Ciudad pudo intervenir en 20.620 casos de violencia contra menores, mientras que la Línea 102 recibió llamadas por cerca de 2.500 chicas, chicos y adolescentes en esa situación.

El sábado, al cumplirse un año de la muerte de Lucio Dupuy, una marcha frente al Congreso pidió justicia por él y por todos los Lucio. “Recibo miles de mensajes sobre niños estropeados, violados, maltratados psicológicamente, que me mandan a mí en vez de denunciarlo porque el Estado está ausente”, dijo su abuelo, que fundó una ONG.

Un llamado de atención para funcionarios que no funcionan en organismos vacíos de contenido.

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