Un gobierno de patos criollos

Graciela Guadalupe LA NACION

El 30 de diciembre pasado, el Gobierno tenía dos objetivos: otorgar a la administración pública un feriado para que llegara a tiempo con la compra del vitel toné o de la polenté frizeé –según el presupuesto familiar– y anunciar que ajusticiaría políticamente a la Corte porque tocaron a Cristina y el quilombo ya se armó. La estrategia dio sus frutos. Nos mantuvieron entretenidos en otras cuestiones mientras ese mismo día se firmaba un decreto con el fin de “llevar adelante una política exterior feminista destinando más recursos y esfuerzos para integrar los asuntos basados en la transversalización del enfoque de género en todas las políticas que impulsa el Estado, y en la acción externa de la Argentina alrededor del mundo”. Se lo traduzco: se creó el cargo de representante especial para la política exterior feminista en la órbita de la Cancillería. Y le cuento más: lo ocupa María Cristina Perceval, quien venía de ser la segunda del Ministerio de las Mujeres, Géneros y la Diversidad –que se ocupa precisamente del mismo tema–, al que había renunciado pocos días antes.

No piense mal, querido lector. No es un premio consuelo. Marita tiene pergaminos suficientes en la materia y la defensa de los derechos de las mujeres no es chiste. Pero crear un puesto reasignando partidas para –como se dice en el decreto– asistir a Santiaguito Cafiero (el diminutivo es nuestro; todavía los decretos no se animan a tanto) elaborando acciones y articulando con otras áreas para contarle al mundo lo que hacemos en este punto cuando ya hay un ministerio entero, costosísimo y poco fructífero, es como pretender curar una caries tapándola con dos kilos de azúcar.

El mismo decreto dice que la creación de ese cargo fue a pedido de la Cancillería. Es lógico. Es una de las pocas dependencias que todavía le responden a nuestro benemérito profe-presidente como para pedirle algo y que le cumpla, dejándonos ante la mirada del mundo civilizado, respetuoso de las leyes, democrático y aperturista como unos chambones de novela.

Tenía razón Cristina: no fue magia. Está todo tristemente a la vista

Vivimos de derrape en derrape. En vez de condenar el autogolpe de Pedro Castillo, en Perú, a quien la Justicia metió preso después de que el Congreso lo destituyera, la Argentina suscribió un documento para que lo repusieran en el cargo porque “quienes integran las instituciones deben abstenerse de revertir la voluntad popular expresada con el sufragio”. Es decir: usted, como yo, elegimos a un gobernante, pero si ese gobernante roba, miente o vaya a saber qué otro divertimento elige para pasar sus días, tiene vía libre. La culpa es del que lo eligió; que se embrome. Y el que no lo eligió, más aún.

Eso y otra cosita no menor sobre esa admonición argentina a Perú: ¿no era que un país no debe entrometerse en las cuestiones internas de otra nación? Entonces, ¿por qué se enojó tanto la portavoz presidencial cuando el embajador de Estados Unidos en la Argentina, Marc Stanley, pidió a nuestros políticos “trabajar en acuerdos desde ahora y no esperar a las elecciones del 23″? La respuesta de Gabriela Cerruti fue: “Es muy fácil opinar desde afuera sobre otro país”. Haz lo que yo digo... Cerruti, por si no lo recuerda, estimado lector, fue quien tildó de “piedras que puso la derecha” al recordatorio por las decenas de miles de muertos de Covid, en la Plaza de Mayo.

Hay un punto en que uno no sabe si avergonzarse o ponerse contento ante tanta creatividad diplomática. Por ejemplo, que frente a lo sucedido en Brasil, nuestro Alberto se pusiera a disposición de Lula para viajar allí sin más demora como si acá no tuviera nada que resolver. Otro brulote fue el de las idas y venidas en organismos internacionales para no condenar a Vladimir Putin ni a Nicolás Maduro y, a cambio, ofrecer a Rusia ser la puerta de entrada a la Argentina o pensar en mandarle un pájaro nuevo al venezolano para que siga hablando con Hugo Chávez. Ni qué hablar cuando la Cancillería confundió la bandera de Suiza con la de Dinamarca justo cuando el embajador suizo llevaba sus cartas credenciales al Gobierno. O cuando el viaje con fines científicos a la Antártida de Jorge Taiana, Daniel Filmus y Carla Vizzotti terminó siendo casi una declaración de guerra a Chile alardeando sobre nuestra soberanía en la zona siendo que el Tratado Antártico tiene congeladas allí las aspiraciones territoriales de todos los países.

Va otra que tampoco tiene desperdicio: la desmentida pública del ministro de Economía de Brasil, Fernando Haddad, sobre que su país y la Argentina estén pensando en crear una moneda común para el comercio bilateral y regional, tal como hicieron trascender Daniel Scioli y Sergio Massa.

Ahora se explica lo poco que nos conocen los brasileños. Cuando a André Janones, excandidato presidencial, hoy aliado de Lula, le preguntaron en una entrevista televisiva quién era el presidente de la Argentina, dijo “Macrón”.

Tenía razón Cristina: no fue magia. Está todo tristemente a la vista.

La columna de Carlos M Reymundo Roberts vuelve a publicarse el 4 de febrero

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