Elogio romántico al diario de papel
Hace cinco años, en este mismo espacio, escribí sobre cuál había sido mi antídoto contra la oscuridad de la pandemia: los 201 capítulos de The Office, una comedia norteamericana que narraba la vida cotidiana de los vendedores de una pequeña empresa de papel, perdedores adorables que tanteaban las puertas del amor y de los sueños imposibles casi siempre sin alcanzar ninguna de las dos cosas.
Hoy, los mismos creadores han lanzado The Paper, serie que, con el mismo estilo de falso documental y el foco puesto en el discreto encanto de la mediocridad, narra la aventura de un editor que quiere devolverle el brillo a un diario en decadencia.
Mucho antes de ser periodista fui lector de diarios y revistas: Clarín, Crónica, El Gráfico, Humor, Goles. Devoraba las crónicas de boxeo de Horacio Pagani, me dejaba llevar por la prematura melancolía de Alejandro Dolina y descubría palabras que nunca había leído en mi vida en las notas de Emilio Petcoff (es más, había hecho un “Pequeño Petcoff Ilustrado” con los términos raros que usaba en sus coberturas y cuyo significado yo iba a buscar en los diccionarios de casa).
La apertura de The Paper es una secuencia hecha con imágenes de archivo con distintos usos que la gente le daba al papel de diario: embalar vajilla, hacerse gorritos, limpiar vidrios, envolver pescado. La ironía, dolorosísima porque habla de una importancia efímera aún en los años de apogeo, se compensa con un reconocimiento: cita una frase de Phil Graham, célebre editor del Washington Post, quien en 1963 se refirió al periodismo como “el primer borrador de la historia”.
Mientras escribo esta nota, estoy a 200 metros de un kiosco de diarios que no sólo reforzó su oferta comercial con juguetes y demás chucherías, sino que ahora también vende café, facturas y porciones de budín. Lo hace a las puertas de un local gastronómico que vende café, facturas y porciones de budín. Quiero creer que es una venganza del canillita a todos los clientes que perdió cuando los bares y cafés empezaron a transformarse en hemerotecas.
Podría decir un montón de cosas ñoñas en defensa de la lectura de cualquier escrito en papel, pero sé que ni con el argumento más brillante (que, por otra parte, jamás se me ocurriría) podría ser capaz de convencer a un centennial (o a un millennial). Pero cierta vez, una persona agradecida, sabiéndome muy lector, quiso regalarme un Kindle. Tuvo la precaución de sondear antes a un amigo y finalmente me obsequió un whisky escocés single malt que era un espectáculo (y que bebí leyendo libros impresos).
No sé qué habrán sentido los dueños de carruajes con la aparición del automóvil, pero estoy seguro de que tuvieron mucho más tiempo que yo (lector y periodista de papel al mismo tiempo) para asimilar que el eje de la Tierra se había movido.
Cuando veo The Paper, me identifico con el romántico editor que nada contra la corriente, porque siempre habrá una causa por la que valga la pena ser derrotado.
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