Elogio de las fotos malas

En tiempos de belleza impostada para Instagram, de retoques o correcciones con IA, nos la pasamos mirando cosas que nunca fueron así. El riesgo de empezar a generar recuerdos falsos.



Mi tío Héctor, de casi 80 años, fue siempre el avanzado audiovisual de la familia. Cuando éramos chicos tenía una cámara 16mm con la que registraba los cumples, las reuniones familiares, las vacaciones. Cada tanto, en la casa de mi abuela enchufaban un proyector, ponían una sábana y todos mirábamos extasiados esas películas caseras. Andando el tiempo fue el primero en tener una VHS, una 8mm y después cámaras de foto digitales. Filmando siempre situaciones cotidianas, ningún berretín de cineasta: domingos de pileta, asados, partidos de fútbol de mis primos, bautismos, navidades y años nuevos. Y siempre a primer tiro. Nada de segundas tomas.

La llegada del celular como dispositivo electrónico único fue rara para él. Pasó que de golpe todo el mundo empezó a hacer diariamente lo que antes hacía únicamente él. Pero Héctor no sé amilanó. Sigue filmando todo el tiempo. Va cambiando de celus, se le pierden los archivos o los formatos, pero siempre graba y saca fotos. Y la llegada de internet le hizo cambiar las sesiones compartidas de proyector o pantalla de TV por el envío de sus videos y fotos a los WhatsApp de la familia.

Pasa que lo hace sin aviso, sin títulos explicativos ni contexto. De golpe te llega un video o foto del tío que anda registrando cosas por ahí: una obra en la ruta, una cena con sus amigos de La Plata, un cantante callejero de tangos, la llegada a Ezeiza de un pariente que vino de visita. Es un cronista familiar. Y el otro día nos mandó una foto insólita. Están su hermana y mi tía almorzando en el patio de su casa. Una sobremesa común y cotidiana. Pero atención.

La hermana del tío Héctor salió con cara de mono. Encima está comiendo una banana. Y mi tía, la esposa de Héctor, tiene el rostro adusto, como de hastiada profesora de música de los años 50. Hastiada de una vida entera compartida con alguien que saca fotos todo el tiempo en todos lados y sin decir agua va. Las conozco bien, ninguna de ellas es así, son bellas señoras. Salieron pésimamente mal en la foto y es que no estaban posando. Pero el tío Héctor la repartió igual porque es la foto que salió, como hizo toda la vida. Cuando las damas se enteren lo van a matar.

Y lo quiero reivindicar al tío. Porque en estos tiempos de belleza impostada para Instagram, de retoques o correcciones con IA, nos la pasamos mirando cosas que nunca fueron así. Corregimos luces, abrimos ojos cerrados, agregamos personas, borramos a extraños. Nuestros registros audiovisuales personales se están convirtiendo en tandas publicitarias con rostros sonrientes, dientes blancos, papadas escondidas y hasta adelgazamientos virtuales. Estamos empezando a generar recuerdos falsos.

Por suerte mi tío sigue mandando capturas reales. Cómo salieron, con errores e imperfecciones, técnicas y humanas. Con fallas. Cómo la vida misma.

Comentarios